Forbantes. La Novela Completa

26 de Agosto de 1723.

Despertó cuando la luz comenzaba a entrar en el camarote. Notó que el barco se movía. Se incorporó y vio que sobre la cama había unos pantalones de color marrón y una camisa blanca. Se los puso, la camisa sólo tenía tres botones así que se ató los bordes sobre la barriga. Se recogió el pelo en una coleta y abrió la cortina.

– Buenos días Andrea. – saludó el capitán repasando su uniforme, sentado tras su mesa, y dándole un susto de muerte.

– Buenos días capitán.

– Tenemos una conversación pendiente, ¿recuerdas?

– Sí capitán, pero, si no le importa haré la cama primero. – él afirmó con la cabeza y siguió todos y cada uno de sus movimientos con la mirada. Una vez que ella hubo acabado su labor le señaló una silla frente a él.

– Ayer me preguntaste qué eran los forbantes ¿aún te interesa saberlo? – ella afirmó – pues bien, es cierto que somos piratas pues nos dedicamos a saquear barcos, pero nosotros no formamos parte de ningún bando, de ahí nuestro nombre. Saqueamos para sobrevivir, no para enriquecer o servir a una corona. Seguramente no entenderás porqué, pero…

– Para ser libres. – habló Andrea, él la observó atentamente, quizá no fuese tan estúpida como había pensado – Perdone capitán, no pretendía interrumpirle.

– Ya había acabado. Y deja las cortesías para la tierra, en mi barco no existen los tratamientos, todos somos iguales: personas.

– Un poco de educación nunca viene mal.

– ¿Acaso nos vas a educar tú, pequeña? Pues entonces deberías saber un par de cosas de la tripulación: en su mayor parte son hombres desesperados que huyen de las plantaciones y los puertos, pero también hay forajidos, como el maestro de velamen, timadores, asesinos, violadores, e incluso un esclavo africano que huye de su amo. ¿Qué opinas Andrea?

– Que la mayoría de ellos son hombres normales que intentan conseguir una vida más digna. – sabía o quería pensar que la mayoría de lo que él le había dicho no era cierto, sólo lo hacía para meterle miedo – Y dígame, ¿cuál es su pecado? Porque, al parecer, en “El Francés” todos huimos de algo.

– No es “El Francés”, es “El Temido”.

– ¡¡¡¿Qué?!!! ¡Imposible! “El Temido” tiene las velas negras y sus hombres no visten ropas de gala, además su capitán es un bastardo, no un caballero francés.

– Y su capitán no es tan estúpido como para atracar en un puerto sin caracterizar su barco y gritando a los cuatro vientos que su cabeza tiene un precio bastante elevado. – ella abrió los ojos desmesuradamente, había escuchado historias horribles acerca de la crueldad de aquel hombre – Y ahora enrojece, querida, mi pecado es ser hijo de una concubina. Dime Andrea, ¿podrás rebajarte a convivir unos días con nosotros?

– ¿Rebajarme? Soy una mujer desheredada que huye de su prometido en un barco de piratas crueles y sanguinarios…- el sonrió al advertir su temor – en cuanto a usted, ser un bastardo no es culpa suya.

– ¡No me compadezcas! – le dijo enfadado, dando un puñetazo en la mesa, al sentir su orgullo herido.

– ¡No lo hago! ¿No puede dejar de criticar todo lo que hago o digo? ¡Para mí tampoco es fácil estar aquí!

El capitán la observó duramente, ella, en principio le sostuvo la mirada, pero pronto la bajó para que él no notase que estaba al borde de las lágrimas. Pero a Guillermo no le pasó desapercibido el gesto y la expresión de sus ojos se suavizó.

– Está bien, hemos empezado con mal pie. Andrea, mírame – ella levantó la mirada tímidamente y la volvió a bajar – lo siento…pero sólo intento que te acostumbres al trato que te darán los hombres.

– Lo sé – le dijo agradecida – pero no es fácil.

– Empecemos de nuevo entonces… llámame como prefieras, los hombres del Almirante me conocen como “El Bastardo”, en los puertos soy Sir Guillermo, mis hombres me llaman capitán… – se paró pensativo, pero continuó – y mis amigos me llaman Guillo.

– ¿Cuándo empezaré a trabajar…Guillo? – le preguntó un poco cohibida.

– ¿Te parecería bien hacer la cena esta noche? – preguntó complacido.

– Sí, claro.

 

– Buenos días pequeña, – saludó Elías entrando en el aposento – ¿has dormido bien?

– Sí, gracias maestro.

– Ya no soy tu maestro, sabes que puedes llamarme Elías. ¿Le has dado las gracias al capitán por la ropa? Te favorece mucho.

– ¿Has sido tú? – él afirmó – Gracias Guillo.

– ¡Vaya, que confianzas! – exclamó Elías mientras se sentaba sonriendo.

– No me des las gracias, Andrea, la verdad es que te la di con mala intención.

– ¿Qué quieres decir? – preguntó ella.

– Escogí la ropa más vieja, fea y descolorida que pude encontrar, pero me salió mal la faena, – Elías se reía mientras Andrea se ponía colorada – me temo que no podremos ocultar sus encantos al resto de la tripulación.

– Cierto, y eso será un problema. – recalcó preocupado Elías.

– Lo siento. – murmuró Andrea cabizbaja.

– No es culpa tuya, pequeña.

– Pero quizás… – los dos miraron interrogantes al capitán que salió del camarote. Al poco rato volvió acompañado por un hombre de mediana estatura, musculoso y de piel curtida. Un hombre del que nadie esperaría compasión – Andrea, te presento a Gorka, el contramaestre.

Andrea le tendió la mano y el contramaestre se la estrechó.

– Encantado señorita. – dijo y se disponía a besarle la mano, pero ella lo frenó impidiéndoselo.

– Igualmente Gorka. Por favor trátame como a un tripulante más puesto que es lo que soy. Me llamo Andrea.

– Te lo dije. – afirmó el capitán satisfecho.

– ¡Uf, Andrea! Me sacas un peso de encima porque no sabría cómo tratarte. – explicó el hombre afablemente.

– Gorka, he pensado que, si Andrea hace hoy la cena y se la presentamos a los hombres cuando tengan el estómago lleno, la aceptación será más probable. ¿No creéis?

– Quizás Guillo, pero aún así, deberías ponerla bajo tu protección porque hay determinados hombres de los que no me fío. – apuntó el contramaestre.

– Cierto Gorka, hablaré a los hombres. Pero ¿cómo hacemos para meterla en la cocina sin que la vean?

– Eso déjamelo a mí capitán, la llevaré allí después de la comida. – y dicho esto se fue.

 

Andrea estaba encantada por la buena fe del hombre, aunque pronto se desengañó:

– Hablaste con él ayer, ¿verdad? – preguntó Elías.

– Sí, porque sabía que al principio no se lo tomaría nada bien.

– ¿Cómo le convenciste?

– Bueno, le dije que ella no venía de “señorita”, como le confirmó hoy Andrea, y que sólo estaría un tiempo…

– ¿Y…? – preguntó Elías, el capitán afirmó con la cabeza haciendo un gesto de impotencia con los hombros.

– ¿Y qué? – interrogó Andrea airada creyendo sospechar lo que los hombres trataban de ocultarle.

– Y ahora – le ordenó Guillo haciendo caso omiso a su pregunta – cogerás esa silla y te sentarás a mi lado porque comenzará tu aprendizaje.

Ella miró interrogante al anciano, pero éste se levantó y se fue, por lo que no tuvo más remedio que sentarse al lado del capitán.

–  ¿Viste los tres relojes que hay al lado de la cama? – ella afirmó – También los hay en la cubierta, son los que marcan los turnos de los hombres. El primero marca las medias horas. El centinela se encarga de avisar con una campanada cada vez que lo voltea. El más grande mide 4 horas y, cuando se voltea, el centinela da 4 toques de campana para avisar de que se cambia el turno.

– ¿Y el del medio?

– Mide dos horas, sirve para confirmar que el de 4 horas funciona bien. Los turnos se empiezan a las 4 de la mañana.

– ¿A esa hora se desayuna?

– No, los hombres comen galletas o algo así y beben algo, pero no se toma nada fuerte.

– Entiendo, ¿puedo? – preguntó cogiendo un papel, él dio su permiso y le cedió su pluma. Andrea hizo una lista de turnos que fue completando con las observaciones del capitán acerca de los cambios de turno:

Turno de mañana: 4:00, 8:00 y 12:00

Turno de tarde: 4:00 y 8:00

Turno de noche: 12:00 y 4:00

 

– En los turnos de noche se coloca un vigía en cada puente de mando y dos en la cubierta principal. Cuando comienza el primer turno todas las luces se apagan.

– ¿Y cómo saben que todo va bien si las luces están apagadas?

– Bueno, en las noches de luna – aclaró Guillermo – se ve bastante bien, pero a cada toque de campana los vigías hacen una seña o gritan “sin problema”.

– Ya, pero eso no sirve de mucho si no hay luz. – puntualizó nerviosa.

– ¿Por qué? ¡Claro que sirve!

– ¡Cualquiera podría hacer eso! En la distancia las voces no se reconocen tan fácilmente y… – dijo histérica.

– ¿Qué temes Andrea? – preguntó y ella dirigió su mirada hacia el papel.

– ¿Cómo sabéis que no hay intrusos? – interrogó ignorando la pregunta.

– Andrea… – exigió Guillermo, quizá fuese verdad que quería huir del almirante.

– ¿Cómo?

– ¡Andrea!

– Le temo a él – musitó mirándole. Guillo, convencido de que su miedo era real y de que ella decía la verdad, desechó las dudas que tenía acerca de su posible traición.

– Los vigías idearon un código para comunicarse con el canto de las aves. No tienes nada que temer; además él te quiere viva, lo más que hará será darte unos correazos y obligarte a casarte con él. No es tan mal destino, tendrás fama, dinero y una vida cómoda. Y olvidas que primero tendrá que encontrarte. – añadió riéndose al ver su cara de espanto al nombrarle el matrimonio con el hombre.

– Ezequiel sabe que Elías es el único que me ofrecería ayuda oponiéndose a los deseos de mi padre. Sabrá que me fui en un barco y…el único capitán que tendría valor para desafiarle…eres tú.

– Admito tu razonamiento, pero, suponiendo que él saque esas conclusiones, ¿crees que me dejaré pescar? Mis hombres y yo estamos sentenciados, y ¿sabes lo que hace él con los piratas como yo? Seguro que eso no te lo contó… – ella negó con la cabeza, aunque no estaba demasiado segura de querer escucharlo y él cerró los ojos evocando recuerdos pasados y continuó hablando lentamente – Son torturados hasta la saciedad, arrastrados por las calles del pueblo y apaleados hasta la muerte. Después son sumergidos en alquitrán y colgados de un poste rodeados de cadenas para que nadie los entierre. Ya hizo eso con mi capitán y no dejaré que lo haga conmigo.

Después de un rato en silencio abrió los ojos y al no verla la llamó. No recibió contestación, pero sabía que ella no se atrevería a salir afuera, así que se dirigió a la cama. Ella se había refugiado allí durante su discurso para que él no la viese llorar. Allí estaba hecha un ovillo.

– Andrea – dijo sentándose a su lado – ¿qué haces aquí?

Ella levantó la cabeza, se había secado las lágrimas, pero su cara no lograba disimular que había llorado. Él decidió ignorar el detalle.

– Eso es injusto. – protestó Andrea.

– No es más justo que un pobre comerciante honrado sea atacado y desvalijado por un barco pirata como el nuestro.

– Los comerciantes no son pobres ni honrados, además vosotros no sois piratas, lo hacéis por sobrevivir, no tenéis elección.

– Sí la tenemos – le explicó sonriendo – pero hemos escogido ésta, que es la más fácil. – ella negó con la cabeza – ¿Acaso vas a esconderte aquí cada vez que algo no te guste? Los piratas somos valientes y nos enfrentamos a nuestro destino, no nos escondemos tras las cortinas.

– Yo no soy valiente…ni soy pirata…

– Eres una mujer y estás en mi barco, lleno de piratas, no te habría aceptado si no fueses valiente y sabes que otra mujer, en tu lugar, no se habría atrevido a venir. Al menos, yo no suelo recibir ofertas como la tuya habitualmente.

– Gracias. – dijo sonriéndole, estaba sorprendida de que no se hubiese burlado de ella.

– Hoy me has cogido de buenas, – respondió quitándole importancia – pero la próxima vez no tendré tanta paciencia ¿entendido? Después de comer seguiremos con la lección.

 

Cuando Guillermo llegó al camarote después de hacer su turno ella estaba observando el mar por la ventana. Se acercó a la mesa y vio que todos los papeles estaban ordenados y que había limpiado el camarote.

– ¡Vaya! – exclamó burlón – Al final va a resultar que eres eficiente. – ella se giró y le sonrió – Bueno, sigamos con la lección. En mi barco prohíbo el alcohol y el tabaco, así que si los hombres intentan colar algún barril avísame.

– ¿Por qué lo prohíbes?

– Los borrachos no pueden estar en guardia y no hay mayor peligro en un barco que el fuego, ha sido el cazador de piratas más hábil que conozco. En la despensa hay carne, mijo, harina, yuca…Maca te dirá lo que se puede usar, ya que él es el maestro de raciones (ella recordó al hombre de la pata de palo), y debes encargarte de que el fogón quede totalmente apagado porque una sola chispa podría hacernos perder el barco. Aunque el pañol de municiones…

– Ese es el cuarto donde se guardan la pólvora y todo eso, ¿no?

– Sí, también se llama Santabárbara. Aunque esté lejos del fogón por razones obvias, no podemos olvidar que el barco es de madera ¿Entendido?

– Sí, claro.

– Bien, Gorka te llevará a la cocina con Maca y Elías. – Guillo cogió una especie de lata que había en la pared y dijo a través de él: – Elías, ¿está todo listo?

– Si capitán. – se escuchó la voz del viejo.

– ¿Qué es eso? – preguntó Andrea extasiada, había pensado que Guillo estaba loco, pero ahora…pensaba que era brujo y tenía un pacto con el demonio.

– Son dos latas que se conectan mediante una especie de hilo hueco para comunicar dos habitáculos… – observó como Andrea se sonrojaba y, adivinando sus pensamientos, continuó – ¿Acaso pensabas que estaba loco o algo parecido?

Gorka entró en el camarote y le hizo una seña a la mujer que intensamente colorada salió a toda prisa tras él, bajo la divertida mirada del capitán.

 

Oculta tras él y Elías, Andrea llegó a la cocina sin ningún incidente. Al fin y al cabo estaba pegada al camarote de Guillo.

– Buenos días señorita. – saludó Macario saliendo de detrás de un montón de mazorcas de maíz.

– Buenos días, llámame Andrea por favor.

– Andrea entonces. Bueno, esta es la única habitación que, al igual que el camarote del capitán tiene…bueno…eso – señaló un agujero en el suelo en un pequeño habitáculo que hacía a las veces de baño, separado de la cocina por una estrecha puerta de madera.

– Entiendo. – le dijo ella divertida por su azoramiento.

– Aquí están todos los cacharros que necesitarás y la comida me la pedirás a mí.

– ¿Cómo haces para racionar los alimentos? – preguntó interesada mientras se sentaba en una pequeña banqueta y, cogiendo dos mazorcas de maíz, las frotaba entre sí para desgranarlas.

– Bueno, el capitán calcula los días que tardaremos en arribar al próximo puerto, yo sólo tengo que repartir la comida y dejar algo de provisiones por si surge algún imprevisto, la verdad es que el trabajo duro lo hace Guillo.

Gorka se retiró y, mientras hablaban y trabajaban, Andrea revisó la cocina.

– Yo solo no puedo hacerlo todo. – se excusó avergonzado Maca por el desorden y la suciedad que reinaban en la cocina.

– Por eso estoy aquí. – le dijo Andrea con una sonrisa, el marino agradeció el gesto con un movimiento de cabeza.

Dos horas después, a las 6, la cocina brillaba con sus utensilios en orden. Elías guardaba el mijo en un  barril mientras Andrea y Maca comenzaban a preparar la cena.

Comenzaron por moler trigo y yuca. Cuando esto estuvo hecho, Elías y Maca se encargaron de transformarlo en una masa para, al cocerlo conseguir lo que denominaban cazabe (eran una especie de tortas y, como pudo comprobar Andrea, a pesar de ser el alimento típico de los pobres, era bastante sabroso).

Ella, mientras los hombres trabajaban en ello, se dedicó a preparar la carne asándola en una especie de horno de hacer pan. Como los trozos eran muy grasientos el sebo comenzó a escurrir, pero ella lo recogía en un cazo y lo conservaba para utilizarlo después porque sabía que la grasa era lo más nutritivo de aquella carne.

– Andrea, si asas mucho la carne perderá la grasa, los hombres necesitan alimentarse, así que es mejor que las tajadas vayan algo crudas. – le explicó Maca condescendiente.

Lo sé. Mira.

Andrea echó la grasa del cazo en una olla y añadió maíz; en lugar de cocerlo en agua lo hacía en el sebo, de esta forma se aprovechaba y le daba un sabor más agradable al maíz.

 

La cena fue servida en platos que Gorka y Elías se encargaron de repartir. El capitán y el contramaestre cenaron en el camarote, mientras Elías, Maca y Andrea lo hacían en la cocina y los hombres en unas mesas “improvisadas” en la cubierta principal.

Cuando todos acabaron de cenar, los dos hombres salieron del camarote y, desde el puente de popa se dirigieron a los tripulantes:

– ¡Tripulación! – bramó el contramaestre para calmar el alboroto reinante – El capitán tiene algo que comunicaros.

– Como ya habréis notado – habló éste – en la cocina se ha producido un cambio.

El auditorio entusiasmado aplaudió y pidió que saliese el cocinero. Guillermo ordenó a Andrea adelantarse colocándose entre Gorka y él.

– Ella es la responsable de vuestra cena y desde ahora asumirá el mando de la cocina. Que se levante todo aquel que no esté de acuerdo.

Todos los hombres permanecieron sentados, pero Guillo, advirtiendo el nerviosismo que reinaba en los marinos más alejados les dio tiempo para pensar. Uno de ellos se puso de pie. Era ancho de hombros, de pelo lacio, castaño y sonrisa sibilina.

– ¿Si Goretti? – preguntó Guillo.

– Capitán, deje bajar a la cocinera para que disfrutemos del postre. – sugirió cruelmente.

– ¿Es eso lo que queréis? Si es así poneos en pie. – ordenó Gorka a una seña de Guillo.

Dos hombres más se levantaron, pero ningún otro secundó la acción.

– Lo sabía, los tres de siempre. – dijo en voz baja dirigiéndose al capitán, éste tranquilo afirmó.

Andrea empezó a temer que Guillo, por librarse del problema, la obligase a bajar para divertir a los hombres y le dirigió una mirada de súplica, pero él no la miraba, sus ojos estaban fijos en los tres hombres.

– No va a bajar. – anunció Guillermo con voz inflexible, escuchando el suspiro de alivio de Andrea.

– La señorita Andrea es nuestra invitada, – explicó el contramaestre – ha venido acompañando a Elías y, mientras dure su estancia en nuestro barco, se ha ofrecido a hacernos de comer. Debido a la labor que realiza, creo que le debemos un respeto.

– Pues yo creo que no. – respondió Goretti desafiante.

El ambiente se tensó, se hizo el silencio en el barco y todos miraron al capitán, pero éste continuaba impasible, ni uno de sus músculos se había contraído, tranquilo repuso en voz calmada:

– Entonces yo le ordeno que se lo tenga. Andrea es mi protegida y no consentiré que la molesten. – Goretti le observó con un brillo malicioso en sus ojos desafiantes – ¿Lo han entendido?

– Si capitán. – contestaron los dos hombres bajando la mirada.

– ¿Goretti?

– Si capitán. – le dijo con una mirada pendenciera.

– Podéis retiraros a dormir. – concedió Guillo a los hombres sin dejar de mirar a Goretti – Trae a nuestros hombres Gorka. – pidió en voz baja.

– Sí capitán.

– Gracias Guillo. – susurró Andrea, aún temblorosa.

– Me debes una, pequeña. – le dijo al oído mientras la cogía por el codo para guiarla hasta el camarote, donde entraron tras Elías y Macario.

 

– Van a dar problemas. – Elías rompió el silencio.

– Lo sé. – confirmó Guillo con cara de preocupación mientras se apoyaba en la mesa.

Gorka petó en la puerta y entró seguido por cinco hombres. Éstos se colocaron en fila a un lado del camarote, esperando órdenes.

– Andrea, te presentaremos a los hombres de confianza. – explicó Guillo – Gorka procede.

– Ellos han formado parte de la tripulación desde que se construyó “El Temido” o se han ganado un puesto entre los fieles al capitán. Maca…

– Este es Evaristo, el médico del barco, – dijo Maca señalando a un hombre maduro, alto y delgado, al que Andrea chocó la mano con admiración – y este otro es Leoncio, el carpintero.

– ¿Reparas todo el barco tú solo? – preguntó la mujer extrañada.

– No Andrea, – le dijo el hombre sonriendo – los demás me ayudan, yo sólo doy órdenes ¡Pero no se lo digas al capitán! – le dijo en voz baja, como conspirando.

– Como puedes observar – aclaró Maca – sólo pone cara de perro malhumorado para asustar a los demás. Basilio, el maestre de velamen, al que seguro que le agradará oír que sabes coser.

– ¡Bendito sea el cielo! – exclamó el hombretón – ¿no te importará ayudarme?

– Por supuesto que no. – le contestó ella.

– Entonces… ¡por todos los demonios! Puedes decírselo Elías. – refunfuñó resignado, sorprendiendo a los demás.

– Le conocemos por “El Trapos”. – todos los hombres rieron ante la confesión de Elías – Este otro es Tommy, más conocido por “El Taco” – continuó señalando a un pequeño grumete pelirrojo y pecoso que se negó a chocar la mano de la mujer – y…

– Y no le caigo bien – terminó la frase Andrea – pero al menos demuestra que es sincero.

– Vayamos al grano, – continuó Gorka – como todos pudisteis comprobar en la cena…

– Un momento – cortó Andrea – aún no me habéis presentado a todos. – y fijó su mirada en un hombre muy alto y corpulento de piel negra mientras todos la observaban tensos – ¿Os habéis olvidado de él?

– ¡Déjale en paz! ¡Él es mi amigo! – gritó Tommy.

– Las mujeres le tenéis manía a los negros, siempre los insultáis y les pegáis por considerarlos vuestros esclavos. – aclaró Gorka molesto ante la mirada de Andrea. Iba a seguir con la conversación, cuando la mujer dio un paso al frente.

– ¿Cómo te llamas? – preguntó Andrea.

– No lo sé, – dijo avergonzado en voz baja, mirando al suelo – los marineros me llaman “Negro”.

– Pero sus amigos le llamamos Goliat. – dijo irritado el pequeño Tommy.

– Encantada, espero que me permitas llamarte Goliat, – dijo tendiéndole la mano – te han dado un bonito nombre.

El hombrón se acercó despacio, como temiendo ser golpeado por la mujer, en medio de un tenso silencio; pero al ver que ella aguardaba paciente con la mano alzada, tomó su mano entre las suyas apretándola suavemente.

– Gracias señorita.

– Mis amigos me llaman Andrea. – le dijo sonriendo mientras los demás les observaban complacidos.

En ese momento  Tommy se adelantó y le tendió la mano a la mujer, todos esperaron la respuesta de Andrea temiendo que, por orgullo, rechazase al pequeño. Pero Andrea no lo pensó siquiera y le estrechó la mano.

– Vaya, vaya – le dijo Guillo con sorna – ¿desde cuándo “El Taco” se hace amigo de una mujer?

– Haré una excepción capitán. – le dijo el muchacho muy serio intentando justificarse.

Todos rieron ante el azoro del pequeño, excepto Andrea que le dirigió una mirada de agradecimiento, gesto que hizo que el pequeño le tuviese mayor consideración.

– Como decía antes Gorka, – explicó Guillo, al que no pasó desapercibida la complicidad entre la mujer y el niño – sabéis que vamos a tener problemas con Goretti y sus dos camaradas.

– ¿Por qué no los echas a los tiburones capitán? – preguntó Tommy haciendo palidecer a Andrea – ¡Son unos estúpidos!

– Estúpidos o no, – le explicó el hombre fingiéndose imparcial – no puedo, no tengo razones para hacerlo…de momento.

– Además – añadió Leoncio – por el momento cumplen bien su trabajo y no molestan demasiado, no podemos prescindir de ellos.

– Yo no me quedaré mucho tiempo y no sería justo que tuvieseis que hacer cambios por mi culpa. – dijo Andrea intentando disculparse por causar tantas molestias.

– Cierto – recalcó Elías – pero aún así no deberíamos bajar la guardia.

– Velaremos por tener una travesía tranquila. – concluyó Guillermo – Andrea, dormirás en la contracubierta en la que duermen ellos, – le señaló a los hombres, seguro de que la respetarían, pero continuó provocándola – a no ser que prefieras compartir la cama conmigo.

– No es necesario, la contracubierta será un lugar perfecto – repuso rápidamente mientras los hombres hacían un verdadero esfuerzo por contener la risa.

– ¡Vaya! ¿Habéis oído? Prefiere compartir la cama con siete de mis hombres antes que conmigo, debería azotarte, jamás una mujer me había despreciado así. – le contestó él fingiéndose enfadado y causando la carcajada general.

 

Y mientras Gorka se quedaba con el capitán, le montaron una hamaca en la pequeña contracubierta, en un rincón que pudorosamente rodearon de cortinas para que la mujer tuviese intimidad. Antes de dormirse Andrea charló con todos ellos mientras les observaba jugar a las cartas, y después durmió profundamente, sabiéndose protegida por aquellos bravos hombres.

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2 respuestas a “Forbantes. La Novela Completa

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  1. Preciosa novela romántica de quinceañera fantasiosa… (palabras de la autora)
    He disfrutado y me he asombrado con todos los detalles (no solo los técnicos).

    Conozco a la autora y quiero felicitarla, soy amante del género ¨policiaco¨ y hacía muchos años que no leía aventura, he vuelto a los tiempos de Verne, Conrad, Kipling, …
    Romántica, amena, final a la altura de las circunstancias y una puerta abierta ¿será cierto que esta basada en el diario de su abuela Andrea?

    Gracias Condesa ha sido un placer leer su novela.

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    1. Paquita, primero que todo decir que conocerte ha sido y es un auténtico placer.
      Segundo, que tus palabras siempre son música para mis oídos, pero en este caso me has sacado los colores jeje.

      Me alegro muchísimo de haber podido recordarte aquellos tiempos de aventuras y autores increíbles y mágicos, de que la novela haya sido de tu gusto y de que no pertenezcas a la legión de seguidores que quieren asesinarme por escribir ese final jajaja.

      Por todo, gracias, gracias, gracias. Es un placer escribir para personas bellas como tú.

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