Forbantes. La Novela Completa

10 de Septiembre de 1723

Habían retomado el rumbo acercándose a su destino. Cada persona ayudaba en la medida de lo posible, según sus posibilidades, para intentar mejorar la situación, llamaba la atención que, a pesar del aspecto desastroso del barco, los ánimos no habían decaído en absoluto. Andrea también aportaba su pequeño grano de arena: ayudaba a Evaristo con los heridos pues tenía facilidad para aprender aquellos conceptos medianamente científicos necesarios para preparar las cataplasmas, además de habilidad manual para tratar las lesiones.

Le gustaba ayudar porque se sentía útil, y los heridos estaban encantados de cambiar la rudeza de las manos de Evaristo por un trato más amable y maternal. Por esta razón, y para distraer a Guillermo, cada vez que Evaristo le visitaba, la conversación giraba en torno a ella.

Pero aquella vez, después de comer, Guillermo se cansó.

– Si tu chica sigue así me quitará el puesto. – le decía el médico para provocarlo, dado que estaba totalmente seguro de que a Andrea no le interesaba su posición en el barco.

– ¡No digas bobadas! El médico eres tú, ella no tiene conocimientos suficientes, además sólo lo hace por pasar el rato…y no es mi chica.

– Ya. – contestó Evaristo refiriéndose a su último comentario – Pues el médico soy yo, pero en su defensa he de decir que aprende rápido y no lo hace nada mal. Todo hombre al que toca quiere repetir, ¡no sé lo que les da, pero funciona!

– ¿Has venido para hablarme de ella? – preguntó Guillo enfadado para hacerle cambiar de tema…no le gustaba que todos pensasen que Andrea era su chica, ¿su amante? Quizá algún día, pero no su chica, él no iba a dejarse pescar por una mujer…

– ¡No, claro que no! No hace falta que te celes, la cuidamos bien. – rió el médico, pero al ver la cara enfadada de Guillo dejó la cuestión – He venido a ver cómo estabas y, puesto que te encuentras mejor…

– No, mejor no, me encuentro bien del todo, así que volveré a asumir el mando, he estado viendo las cartas de navegación y haciendo cálculos según lo que hablé con Gorka. Mañana por la mañana llegaremos a las Seychelles.

– ¿Por la mañana? – preguntó Gorka entrando en la estancia.

– Sí, no quiero arriesgarme a tener nuevas sorpresas teniendo el barco en tan malas condiciones. Daremos un pequeño rodeo para atracar en una cala perdida en una de las islas desiertas.

– Me parece bien, iré a informar a los hombres, aunque como esté Andrea haciendo las curas me temo que no me harán ni caso. – rió Gorka acabando con la paciencia de Guillo.

 

Se levantó y salió a la cubierta para ver cómo iban las cosas. Nada más salir de su camarote se topó con Andrea que salía de la cocina. Ambos se quedaron en silencio mirándose, cada uno dueño de sus pensamientos.

Guillermo la observó intentando descubrir qué era lo que le atraía de ella; no era la típica mujer que él buscaba en los burdeles: de amplias redondeces, piel morena y groseros modales, no podía ser más distinta. Era lo que él siempre había odiado, una estúpida mujer de la nobleza…no, tampoco, no era estúpida y ninguna mujer de la nobleza se atrevería a dejarlo todo atrás para huir de su prometido en “El Temido”…eso era lo que más le exasperaba de ella, estaba acostumbrado a etiquetar a las mujeres, pero con Andrea no había etiqueta que no se rebelase…era diferente…

Andrea lo miraba entre dolida, confusa e intrigada, dolida por todo lo que Guillermo le había hecho y por mofarse de ella cuando se preocupaba por él. Confusa porque sabía que era inútil tomarse en serio las bromas de Guillermo, pero a pesar de todo le molestaban. E intrigada dado que no entendía la razón por la que el capitán, a pesar de burlarse de ella a cada momento, le tenía especial predilección y no permitía que nadie la avasallase y porque nunca sabía lo que estaba pasando por su mente. Por esa razón se sintió incómoda bajo su curiosa mirada y decidió romper el silencio.

– ¿Cómo estás?

– Yo perfectamente, pero mi barco necesita descansar. – ella afirmó y, con el cambio de luz al asentir, Guillermo advirtió sus ojeras – Y creo que tú también, ¿no has dormido nada desde la tormenta?

– No podía, tenía que ayudar y todas las manos eran pocas. Además alguien tenía que preparar el desayuno y la comida – se disculpó – Y las hamacas están secando todavía.

– Pues ahora ya puedes, ve a mi camarote y duerme. – ordenó, se notaba que estaba cansada, alguien debería haberle mandado dormir.

– No hace falta Guillo, estoy bien y los hombres necesitan ayuda…

– No es una sugerencia, – le indicó el hombre al darse cuenta de que ella no reconocería que estaba agotada – es una orden, necesitas descansar.

– Todos lo necesitan, pero tienen que seguir trabajando.

– Y todos son hombres mientras que tú eres una mujer, por lo tanto tienes menos resistencia física. ¡Ve a dormir! ¡Ahora!

– No es justo. – él la miró serio – ¿Y si no…quiero cumplir esa orden? – se atrevió a preguntarle con un hilo de voz.

– Entonces – le contestó el hombre divertido – yo mismo te llevaré al camarote, te quitaré la ropa y te meteré en la cama.

– ¡No te atreverás! – exclamó escandalizada.

– ¿Ah no? – y se acercó dispuesto a cogerla en brazos.

– ¡Capitán! – gritó Leoncio desde el otro lado del barco, el capitán se giro para verle – Venga a ver esto.

– ¡Voy! – contestó Guillermo y se  dirigió a la mujer de nuevo – Tienes dos opciones: ir o esperar a que te lleve yo, pero no olvides que a mí también me hace falta descansar y la cama no es muy grande. – y se lo dijo en el tono preciso para que ella recapacitase, estaba seguro de que Andrea iría a dormir – Piénsatelo.

Guillermo se fue hasta la proa, allí Leoncio le informó de todos los daños que había sufrido la madera del barco y le mostró con pena el hueco que había quedado en el sitio del mascarón de proa que las aguas furiosas habían arrancado.

– Se han llevado el águila. – le dijo apesadumbrado.

– Cierto, tendrás que volver a tallar un mascarón, ¿te acordarás o tendré que pagarle a otro? – sabía que el hombre estaría encantado de hacerlo.

– ¡Por supuesto que me acuerdo! ¿Qué pondremos esta vez?

Según la tradición pirata, un barco debía llevar en el mascarón un símbolo con el que se sintiesen identificados sus tripulantes y sobretodo el capitán. Por esa razón “El Temido” llevaba un águila, símbolo de libertad, pero también de ferocidad.  Cuando el barco tenía un capitán diferente o las aguas decidían que las almas del capitán y de los tripulantes habían sufrido un cambio, arrancaban el mascarón obligando a los hombres a cambiarlo por otro distinto. Pocas veces ocurría esto, pero cuando sucedía los piratas lo tomaban como una señal…

– No lo sé Leoncio, no lo sé. – reconoció el capitán pensativo, pero Leoncio desconfiaba lo contrario…conocía bien a su capitán y, si le hubiesen preguntado, él habría propuesto la talla de una mujer, pero Guillermo también conocía bien a su carpintero y éste sabía que si no le preguntaba era por algo, así que no se iba a aventurar tanto – no sé porqué a esta agua ha dejado de gustarles el águila…hay que pensarlo bien…haremos una cosa: cada uno pensará en un símbolo, propónselo a los demás, cuando lleguemos a las Seychelles lo decidiremos.

 

Y, convencido de que había decidido lo correcto, se fue a guiar el barco las cuatro horas que duraba su turno pensando en el mascarón. Pero antes pasó por la cocina y, al verla desierta, recordó que Andrea estaría durmiendo plácidamente en su cama. Al llegar al timón vio a Goliat que, cansado, le dejó el sitio.

– Suerte capitán, el mar no está demasiado calmado todavía.

– Gracias muchacho, ve a descansar que buena falta te hace.

– Gracias a usted capitán, me alegro de que se haya recuperado tan pronto.

Guillermo asió el timón y se fundió con su barco, sabía de sobra que la mejor forma de decidir cuál sería el mascarón perfecto era preguntándole al barco y sólo conocía una forma de hacerlo: agarrar el timón y dejar fluir los pensamientos, pero no conseguía quitarse a Andrea de la cabeza.

Desde que ella se había subido al barco los cambios y contratiempos se habían sucedido de manera repentina. Y comenzó a recordarlo todo desde el momento en que Elías se había subido al barco para pedirle que aceptase a su “pupilo”.

Y así pasó las cuatro horas hasta que la campana lo devolvió a la realidad. Entonces se dio cuenta de que no había pensado en nada, se sentía frustrado, no había sido capaz de quitarse a Andrea de la cabeza ni de detener los recuerdos ¡Maldita mujer!

 

Resignado se fue al camarote y se sentó tras la mesa pensativo, pero en ese momento escuchó el ruido de la colcha y se dio cuenta de que iba a ser la hora de la cena y Andrea todavía no se había levantado. Se dirigió a la  hamaca y abrió la cortina. Estaba dormida, como su suave respiración indicaba, Guillermo se paró contemplándola…le daba pena despertarla…parecía estar tan a gusto…pero ¡qué demonios! Era un tripulante más y, como tal, debía cumplir sus obligaciones. Volvió a su mesa y se sentó.

– ¡Andrea! ¡Va a ser hora de cenar!

Ella despertó de golpe, avergonzada, se había quedado dormida y no había escuchado la campana. Se vistió lo más aprisa que pudo mientras se disculpaba.

– ¡Lo siento! Me quedé dormida…

– Déjate de disculpas y ve a la cocina, los hombres tienen hambre. – le dijo descargando su enfado en ella.

Andrea corrió a la cocina para hacer la cena y, una vez que los hombres hubieron comido, echaron el ancla y, guardas aparte, se prepararon para dormir.

Cada uno ocupó su lugar en las hamacas que, una vez secas volvieron a colocarse en su lugar. Andrea, después de recoger los platos de los hombres fue a buscar el plato de Guillo. Entró temerosa, sabía que Guillo estaba enfadado con ella porque había incumplido sus obligaciones, pero al contrario de lo que había esperado, el hombre la recibió amistosamente.

– Andrea, deja eso, es hora de dormir, han sido un día y una noche muy largos.

– Ya, pero tengo que fregar todavía. – le sonrió ella agradecida.

– Bien, pero no tardes, estás cansada, sino sé que no te habrías quedado dormida, necesitas descansar.

– Gracias. – le dijo aliviada y salió hacia la cocina.

 

Guillo estaba de buen humor, por primera vez había sido capaz de controlar su enfado con ella, en realidad la culpa no era de la mujer y no debería haber descargado su preocupación con ella.

Al poco rato recordó que no le había explicado que el mascarón de proa había desaparecido y lo que aquello significaba, así que se dirigió a la cocina. Cuando entró observó sorprendido que Andrea, echada en el suelo, con un saco de harina por almohada, se disponía a apagar la luz de la única vela que iluminaba la cocina. Ella se giró al escucharle entrar.

– Andrea, ¿qué vas a hacer?

– Dormir. – le contestó ingenuamente.

– ¿En el suelo?

– Mi hamaca se rompió y, como me quedé dormida, no me dio tiempo a coserla. Eso me pasa por remolona. – sonrió.

– Ven. – le pidió acercándose al tiempo que la cogía de las manos para ayudarle a levantarse – Mi cama no es muy grande, pero bien cabemos los dos.

– Guillo, no hace falta, puedo dormir aquí; además tú dormirás incómodo y…

– Si sigues discutiendo todas mis órdenes – le dijo decidido al tiempo que pensaba que quizá era eso lo que debía hacer para poder apartarla de su mente, tenerla cerca – te abandonaré a tu suerte en el próximo puerto.

Andrea, sumisa, se levantó y, juntos, fueron para el camarote del capitán. Allí, mientras ella se desnudaba tras la cortina y se metía en la cama, Guillo le explicaba el tema del águila desaparecida.

– Pero esa es una decisión muy importante que debéis pensar bien.

– Debéis no. – le dijo entrando, cerrando la cortina y sentándose en la cama a su lado – Debemos, tu también formas parte de esta tripulación, ¿o vas a enrolarte en otro barco?

– Sabes que no, ningún capitán me querría. Buenas noches. – y se giró tumbándose en la cama.

– Buenas noches. – Guillermo se acostó a su lado y la abrazó por la cintura.

 

En el barco reinaba el silencio, todo estaba calmado, excepto Andrea que, inquieta, no conseguía dormir, un pensamiento rondaba en su cabeza angustiándola y llegó un momento en que no pudo más y decidió preguntárselo.

– Guillo. – susurró para averiguar si el hombre estaba despierto.

– ¿Qué ocurre? – le preguntó somnoliento.

– ¿Me…me vas a dejar en el próximo puerto? – él abrió los ojos de golpe y sonrió.

– ¡Claro que no, tonta! – exclamó apretándola contra él – ¿No creerías que lo decía en serio?

– Yo sé que no es fácil para ti que esté en el barco, pero creía que…no tendría a donde ir y…ya no tengo a nadie y…me buscan…

– No digas bobadas, eres uno de mis hombres y yo no dejo a mis tripulantes en cualquier puerto.

– Gracias. – le agradeció más relajada.

– Duerme pequeña. – ordenó el capitán y besándola en el cuello terminó la conversación.

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2 respuestas a “Forbantes. La Novela Completa

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  1. Preciosa novela romántica de quinceañera fantasiosa… (palabras de la autora)
    He disfrutado y me he asombrado con todos los detalles (no solo los técnicos).

    Conozco a la autora y quiero felicitarla, soy amante del género ¨policiaco¨ y hacía muchos años que no leía aventura, he vuelto a los tiempos de Verne, Conrad, Kipling, …
    Romántica, amena, final a la altura de las circunstancias y una puerta abierta ¿será cierto que esta basada en el diario de su abuela Andrea?

    Gracias Condesa ha sido un placer leer su novela.

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    1. Paquita, primero que todo decir que conocerte ha sido y es un auténtico placer.
      Segundo, que tus palabras siempre son música para mis oídos, pero en este caso me has sacado los colores jeje.

      Me alegro muchísimo de haber podido recordarte aquellos tiempos de aventuras y autores increíbles y mágicos, de que la novela haya sido de tu gusto y de que no pertenezcas a la legión de seguidores que quieren asesinarme por escribir ese final jajaja.

      Por todo, gracias, gracias, gracias. Es un placer escribir para personas bellas como tú.

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